jueves, 3 de junio de 2010




EL STARET Y LA ORACIÓN DEL CORAZÓN

Escribo este pequeño artículo a propósito de una película que acabamos de comentar y que se titula "Ostrov" cuya traducción del ruso significa "La isla".
La imagen que está en el encabezado corresponde a san Serafín de Sarov, a quien la iglesia ortodoxa le celebra el 2 de enero.
San Serafin puedo decir sin miedo a equivocarme, que es un santo universal, como lo puede ser san Francisco de Asís para otros credos.
Antes de continuar conviene decir que el diálogo entre católicos y ortodoxos va muy avanzado. Nos corresponde a nosotros como bautizados y testigos del Señor, orar intensamente para que cese el escándandalo de la división en el Cuerpo de Cristo. Y debemos hacerlo con inmensa confianza porque Dios lo quiere y por que lo que nos separa no son tanto los temas de la fe sino problemas históricos, políticos y seguramente también de forma.
Juan Pablo II nos insta a perseverar en esta oración de petición a fin que la Iglesia "pueda respirar con sus dos pulmones", el de occidente y el de oriente.
San Serafin de Sarov es un monje ruso, un staret, es decir un sabio espiritual. Sabiduría que ha recibido como don de Dios producto de la vida de oración. El nos enseña que lo más importante en la vida del creyente es "la adquisición del Espíritu Santo". Se trata entonces de vivir su vida bajo el soplo del Espíritu, dejándonos invadir por su susurro y obrando según su inspiración. Cuidando de no resistirle, ni entristecerle y mucho menos pecando contra El.
El pecado contra el Espíritu Santo es aquel que no tiene perdón a decir de Jesús.
Pecar contra el Espíritu Santo es no aceptar el perdón y la misericordia que Dios nos ofrece de manera que tal pecado no puede ser perdonado porque quien rechaza el perdón sencillamente no lo puede recibir. Desgraciadamente no son pocos al presente los hombres que se encuentran en esta terrible situación, ya no tienen consciencia de pecado por que acallaron, silenciaron y asesinaron la inspiración del Espíritu que nos mueve a la conpunción y al arrepentimiento.

San Serafin de Sarov tendrá un encuentro memorable con un laico llamado Motovilov y el santo le enseñará a orar en el Espíritu, llevándole por una experiencia mística de una transfiguración.
El que quiera profundizar este tema puede leer el librito titulado "El Peregrino Ruso".

La ortodoxia cristiana cultiva una oración a la que llama "la oración del corazón" y que consiste en repetir permanentemente esta jaculatoria: "Señor Jesús, hijo de Dios Vivo, ten piedad de mi pecador".
Esta oración vocal nos introduce progresivamente en el corazón de Dios para despertar en nosotros el espíritu filial, es decir, para provocarnos a una relación en la que Dios es nuestro Padre y nosotros somos sus pequeños hijos que queremos vivir bajo su amorosa y misericordiosa mirada. También expresa la confesión de nuestro estado de pecadores, frágiles, pobres, incapaces de ser buenos por nuestras propias fuerzas porque aunque Dios nos creo en el bien, producto del pecado original y también del personal somos portadores de la herida del pecado y llevamos una tendencia a la fragilidad que se llama concupiscencia.
Tener consciencia de esto nos anima a ponernos de rodillas para clamar a la Misericordia Divina.
El fruto de esta oración es la conpunción que no es otra cosa que lo que experimentó el hijo prodigo luego de haber derrochado la riqueza de su Padre. Es el dolor del corazón.
"Padre, he pecado contra el cielo y contra tí y no merezco llamarme hijo tuyo" resuena como un eco el verso del salmo 50: "Contra tí, contra tí solo pequé. Lo que es malo a tus ojos yo lo hice..."
Este don de Dios es extraordinario porque purifica nuestro corazón, nos simplifica y nos hace sencillos, también nos otorga mansedumbre porque quien tuvo la gracia de ver su pecado recibe también la gracia de saberse más pequeño que nadie y por lo tanto nos aparta del juicio contra los hermanos que es el pecado de Satanás, el acusador.

Hemos celebrado hace poco la fiesta de Pentecostés y les invito a que pidamos continuamente la gracia del Espíritu Santo, El es ese gran desconocido de muchos. Que no lo sea para nosotros por cuanto El es el Padre de los pobres y nosotros en verdad lo somos.

miércoles, 2 de junio de 2010

SAN JOSÉ DE CUPERTINO, PARA ENTRAR AL CIELO HAY QUE HACERSE COMO UN NIÑO



















San José de Cupertino, "el hombre que no quería ser santo" es una película que nos cuenta con peculiar perspectiva e indudable buen humor la vidad de Giuseppe, un joven particularmente distraido y, como suele decirse, con la cabeza en cualquier parte, solo que no era tan así. Pero eso parecía. Tenía un aspecto algo descuidado y gran facilidad para abstraerse de la realidad que le rodeaba a tal punto que podía descuidar sus obligaciones y hasta algunas veces olvidarse de comer. Hiba a las plazas y miraba a la gente con la boca entreabierta por lo cual le tildaban de idiota y le apodaron "el boquiabierta".
En esta bella película aparece como un estudiante del todo sin buenos resultados. Su padre era un hombre bueno aunque un tanto soñador, pero le amaba y le consolaba. Su madre por el contrario, aunque se puede decir que con un amor revestido de rigor, al ser el hijo único, con no mucha paciencia le empujaba a hacer algo por la vida.
Es debido a la energía y la decisión de la madre que, a pocos años de la muerte del padre, José ingresa al convento de los frailes franciscanos y después de una expulsión y una readmisión por intercesión de su madre, el comienza un camino sin retorno hacia la santidad, camino escondido hasta el momento en que se manifestará este don que Dios le dio y que terminó relacionándolo con el mundo de la aeronáutica y los astronautas.

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San José de Cupertino, nacido en Italia en el siglo XVII, es "El hombre que no quería ser santo". Interpretado por Maximilian Schell, que hizo aquí el mejor papel de su vida, con diferencia. Curiosamente esta película ha pasado bastante desaparcibida a los cinéfilos y raramente la haya uno en alguna relación de películas sorprendentes o meritorias. A mi entender es tan excelente como "Ordet", el film de C.T.Dreyer.

Es un film sensacional y emocionante, porque cuenta la vida de un hombre extraordinario y singular; tanto sus familiares, como sus vecinos, como los franciscanos de los conventos en los que intentó vivir religiosamente, lo trataron como a un "inútil" en el pleno sentido de la palabra, porque lo rompía todo, porque se quedaba extasiado con la boca abierta, porque parecía lelo y atontado, porque no lograba aprender de los libros nada más que una sola frase. En tales circunstancias, le asignaban los peores oficios, lo desconsideraban y maltraban por todos lados; pero estando sufriendo esta vida, empezó a levitar sin pretenderlo, se ponía a orar de rodillas y sin darse cuenta se elevaba varios metros del suelo en pleno extasis, causando auténticos sobresaltos entre quien presenciaban este fenómeno contrario a las leyes de la gravedad; también suscitó envidias y acusaciones de andar endiablado entre los compañeros franciscanos, quienes no podían comprender como un hombre tan "inútil y donnadie" podía ser espiritual o tener sintonía con Dios. Pero esta es la gran lección de la vida de San José de Cupertino: lo que el mundo desprecia, resulta que lo INEFABLE o DIOS, lo eleva, lo elige y lo hace destacar como suyo por excelencia.

Una película inaudinata, fuera de lo común, prácticamente desconocida, que no le dejará indiferente; es más, que puede incluso influenciar religiosa y transformadoramente en la vida de quien la contemple con atención. ¡Si aún no la ha visto, advertido queda!

Comentario de Fej Delvahe

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El hombre que no quería ser santo
TÍTULO ORIGINAL The Reluctant Saint
AÑO
1962
DURACIÓN
105 min.
PAÍS

DIRECTOR EDWARD DIMYTRI
GUIÓN JOHN FANTE Y JOSEPH PETRACCA
MÚSICA Nino Rota
FOTOGRAFÍA C.M. Pennington-Richards
REPARTO Maximillian Schell, Ricardo Montalbán, Lea Padovani, Akim Tamiroff, harold G.
PRODUCTORA Davis/Royal Films International, Dmytryk-Weiler Productions
GÉNERO Drama / Comedia/ Religión / Biográfico s.XVII

SINOPSIS Cuando el joven Giuseppe Diesa (Maximilian Schell) es enviado a trabajar a un monasterio del siglo XVII en Italia - sus padres creían que tenía problemas mentales - sorprende a un obispo local por su increíble relación con los animales del establo. Convencido de sus méritos, ordena a sus superiores del monasterio una educación religiosa tradicional, con resultados milagrosos. Filme basado en la vida de San José de Cupertino.

SAN JOSÉ DE CUPERTINO EL QUE VOLAVA



“San José de Cupertino se eleva en vuelo a la vista de la Basílica de Loreto”, óleo de Ludovico Mazzanti, siglo XVII, se conserva en el santuario de San José de Supertino, Osimo.


SAN JOSÉ DE CUPERTINO UN SANTO VOLADOR

Dios es joven porque siendo Eterno es siempre nuevo. Dios es original porque es principio de todo y fin de todo cuanto es. Dios no se repite porque su sabiduría sobrepasa la de los hombres "como dista el cielo de la tierra", y esta originalidad se manifiesta en cada una de sus obras, es por ello que podemos tener absoluta certeza que somos únicos y que el amor y la alabanza que debemos a nuestro Señor, en ese sentido, también es única aunque se entrelaza en la comunión de un único cuerpo que formamos, el de la Iglesia.
Esta juventud, novedad y originalidad porsupuesto que se manifiesta también en la vida de los santos y por ello la hagiografía, aquella que se ocupa de la historia de los santos, abunda en ejemplos, los más distintos y diversos como seamos capaces de imaginar.

Puedes pensar querido lector que es seguro que al presente existe "un santo a tu medida".

Hoy dedicamos estas líneas a un pequeño del Señor, un alma muy humilde y pobre en el sentido más amplio de la palabra. Nos referimos a san José de Cupertino quien ha sido nombrado patrón de los estudiantes, de los aviadores y hasta de los astronautas!!!. Ya veremos por qué.

Antes de pasar a comentar la película "The reluctant Saint" que se ha traducido como "El hombre que no quería ser santo", vamos a ahondar un poquito en el santo personaje. Para ello recurrimos a un escrito del padre Eliécer Sálesman.

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San José de Cupertino

Festividad: 18 de septiembre.

Fecha de beatificación:1753 por el papa Benedicto XIV.

Fecha de canonización: 16 Julio de 1767 por el papa Clemente XIII.

Nacionalidad: italiana.

Orden: franciscanos.

Patrón: estudiantes, pilotos, astronautas, aviadores, viajeros de avión.

José nació en 1603 en el pequeño pueblo italiano llamado Cupertino. Sus padres eran sumamente pobres. El niño vino al mundo en un pobre cobertizo pegado a la casa, porque el padre, un humilde carpintero, no había podido pagar las cuotas que debía de su casa y se la habían embargado.

Triste niñez.
Murió el padre, y entonces la madre, ante la situación de extrema pobreza en que se hallaba, trataba muy ásperamente al pobre niño y este creció debilucho y distraído. Se olvidaba hasta de comer. A veces pasaba por las calles con la boca abierta mirando tristemente a la gente, y los vecinos le pusieron por sobrenombre el "Boquiabierta". Las gentes lo despreciaban y lo creían un poca cosa. Pero lo que no sabían era que en sus deberes de piedad era extraordinariamente fervoroso y que su oración era sumamente agradable a Dios, el cual le iba a responder luego de maneras maravillosas.

Un distraído desechable. A los 17 años pidió ser admitido de franciscano pero no fue admitido. Pidió que lo recibieran en los capuchinos y fue aceptado como hermano lego, pero después de ocho meses fue expulsado porque era en extremo distraído. Dejaba caer los platos cuando los llevaba para el comedor. Se le olvidaban los oficios que le habían puesto. Parecía que estaba siempre pensando en otras cosas. Por inútil lo mandaron para afuera.

Al verse desechado, José buscó refugio en casa de un familiar suyo que era rico, pero él declaró que este joven "no era bueno para nada", y lo echó a la calle. Se vio entonces obligado a volver a la miseria y al desprecio de su casa. La madre no sintió ni el menor placer al ver regresar a semejante "inútil", y para deshacerse de él le rogó insistentemente a un pariente que era franciscano, para que le recibieran al muchacho como mandadero en el convento de los padres franciscanos.

Cambio inesperado. Sucedió entonces que en José se obró un cambio que nadie había imaginado. Lo recibieron los padres como obrero y lo pusieron a trabajar en el establo y empezó a desempeñarse con notable destreza en todos los oficios que le encomendaban. Pronto con su humildad y su amabilidad, con su espíritu de penitencia y su amor por la oración, se fue ganando la estimación y el aprecio de los religiosos, y en 1625, por votación unánime de todos los frailes de esa comunidad, fue admitido como religioso franciscano.

Coincidencias agradables. Lo pusieron a estudiar para prepararse al sacerdocio, pero le sucedía que cuando iba a presentar exámenes se trababa y no era capaz de responder. Llegó uno de los exámenes finales y el pobre Fray José la única frase del evangelio que era capaz de explicar completamente bien era aquella que dice: "Bendito el fruto de tu vientre Jesús". Estaba asustadísimo, pero al empezar el examen, el jefe de los examinadores dijo: "Voy a abrir el evangelio, y la primera frase que salga, será la que tiene que explicar". Y salió precisamente la única frase que el Cupertino se sabía perfectamente: "Bendito sea el fruto de tu vientre".

Otra chiripa. Llegó al fin el examen definitivo en el cual se decidía quiénes sí serían ordenados. Y los primeros diez que examinó el obispo respondieron tan maravillosamente bien todas las preguntas, que el obispo suspendió el examen diciendo: "¿Para qué seguir examinando a los demás si todos se encuentran tan formidablemente preparados?" y por ahí estaba haciendo turno para que lo examinaran, el José de Cupertino, temblando de miedo por si lo iban a descalificar. Y se libró de semejante catástrofe por casualidad.

Después de conocer la vida de San José, podemos notar que las "coincidencias o chiripas" se trataban más bien de Providencias de Nuestro Señor.

Fuertes penitencias. Ordenado sacerdote en 1628, se dedicó a tratar de ganar almas por medio de la oración y de la penitencia. Sabía que no tenía cualidades especiales para predicar ni para enseñar, pero entonces suplía estas deficiencias ofreciendo grandes penitencias y muchas oraciones por los pecadores. Jamás comía carne ni bebía ninguna clase de licor Ayunaba a pan y agua muchos días. Se dedicaba con gran esfuerzo y consagración a los trabajos manuales del convento (que era para lo único que se sentía capacitado).

Un caso único y raro. Desde el día de su ordenación sacerdotal su vida fue una serie no interrumpida de éxtasis, curaciones milagrosas y sucesos sobrenaturales en un grado tal que no se conocen en semejante cantidad en ningún otro santo. Bastaba que le hablaran de Dios o del cielo, para qué se volviera insensible a lo que sucediera a su alrededor. Ahora se explicaban por que de niño andaba tan distraído y con la boca abierta. Un domingo, fiesta del Buen Pastor, se encontró un corderito, lo echó al hombro, y al pensar en Jesús Buen Pastor, se fue elevando por los aires con cordero y todo.

Los animales sentían por él un especial cariño. Pasando por un campo, se ponía a rezar y las ovejas se iban reuniendo a su alrededor y escuchaban muy atentas sus oraciones. Las golondrinas en grandes bandadas volaban alrededor de su cabeza y lo acompañaban por cuadras y cuadras.

Los 70 éxtasis. Ya sabemos que la Iglesia Católica llama éxtasis a un estado de elevación del alma hacia lo sobrenatural, durante lo cual la persona se libra momentáneamente del influjo de los sentidos (no oye, no siente) para dedicarse a contemplar lo que pertenece a la divinidad. La palabra éxtasis significa en griego: ser transportado hacia lo sobrenatural.

San José de Cupertino quedaba en éxtasis con mucha frecuencia durante la santa Misa, o cuando estaba rezando los Salmos de la S. Biblia. Durante los 17 años que estuvo en el convento de Grotella, sus compañeros de comunidad presenciaron 70 éxtasis de este santo. El más famoso sucedió cuando diez obreros deseaban llevar una pesada cruz a una alta montaña y no lo lograban. Entonces Fray José se elevó por los aires con cruz y todo y la llevó hasta la cima del monte.

Prohibición de aparecer en público. Como estos sucesos tan raros podían producir verdaderos movimientos de exagerado fervor entre el pueblo, los superiores le prohibieron celebrar misa en público, ir a rezar en comunidad con los demás religiosos, asistir al comedor cuando estaban los otros allí, y concurrir a las procesiones u otras reuniones públicas de devoción.

Cuando estaba en éxtasis lo pinchaban con agujas, le daban golpes con palos, y hasta le acercaban a sus dedos velas encendidas y no sentía nada. Lo único que lo hacía volver en sí, era oír la voz de su superior que lo llamaba a que fuera a cumplir con sus deberes. Cuando regresaba de sus éxtasis pedía perdón a sus compañeros diciéndoles: "Excúsenme por estos 'ataques de mareo' que me dan".

Las levitaciones. En la Iglesia han sucedido levitaciones a más de 200 santos. Consisten en elevarse el cuerpo humano desde el suelo, sin ninguna fuerza física que lo esté llevando. Se ha considerado como un regalo que Dios hace a ciertas almas muy espirituales. San José de Cupertino tuvo numerosísimas levitaciones.

Un día llegó el embajador de España con la esposa y mandaron llamar a Fray José para hacerle una consulta espiritual. Este llegó corriendo. Pero cuando ya iba a empezar a hablar con ellos, vio un cuadro de la Virgen que estaba en lo más alto del edificio, y dando su típico pequeño grito, se fue elevando por el aire hasta quedar frente al rostro de la sagrada imagen. El embajador y su esposa contemplaban emocionados semejante suceso que jamás habían visto. El santo rezó unos momentos. Luego descendió suavemente al suelo, y como avergonzado, subió corriendo a su habitación, y ya no bajó más en ese día.

Besando al Niño Jesús. En Osimo, donde el santo pasó sus últimos seis años, un día los demás religiosos lo vieron elevarse hasta una estatua de la Virgen María que estaba a tres metros y medio de altura, y darle un beso al Niño Jesús, y allí junto a la Madre y al Niño se quedó un buen rato rezando con intensa emoción, suspendido por los aires.

Su última misa. El día de la Asunción de la Virgen en el año 1663, un mes antes de su muerte, celebró su última misa. Y estando celebrando quedó suspendido por los aires como si estuviera con el mismo Dios en el cielo. Muchos testigos presenciaron este suceso.

Tratamientos duros. Muchos enemigos empezaron a decir que todo esto eran meros inventos y lo acusaban de engañador. Fue enviado al Superior General de los Franciscanos en Roma y este al darse cuenta que era tan piadoso y tan humilde, reconoció que no estaba fingiendo nada. Lo llevaron luego donde el Sumo Pontífice Urbano VIII el cual deseaba saber si era cierto o no lo que le contaban de los éxtasis y de las levitaciones del frailecito. Y estando hablando con el Papa, quedó José en éxtasis y se fue elevando por el aire. El Duque de Hanover, que era protestante, al ver a José en éxtasis, se convirtió al catolicismo.

El Papa Benedicto XIV que era rigurosísimo en no aceptar como milagro nada que no fuera en verdad milagro, estudió cuidadosamente la vida de José de Cupertino y declaró: "todos estos hechos no se pueden explicar sin una intervención muy especial de Dios".

Getsemaní antes de la glorificación. Los últimos años de su vida, José fue enviado por sus superiores a conventos muy alejados donde nadie pudiera hablar con él. La gente descubría dónde estaba y allá corrían las multitudes. Entonces lo enviaban a otro convento más apartado aún. El sufrió meses de aridez y sequedad espiritual (como Jesús en Getsemaní) pero después a base de mucha oración y de continua meditación, retornaba otra vez a la paz de su alma. A los que le consultaban problemas espirituales les daba siempre un remedio "Rezad, no cansarse nunca de rezad. Que Dios no es sordo ni el cielo es de bronce. Todo el que le pide recibe".

Murió el 18 de septiembre de 1663 a la edad de 60 años.

Que Dios nos enseñe con estos hechos tan maravillosos, que El siempre enaltece a los que son humildes y los llena de gracias y de bendiciones.

Tomado del Libro "Vidas de Santos" del P. Eliécer Sálesman

martes, 1 de junio de 2010

SANTA MARÍA GORETTI, LA PELÍCULA













Cuando vi esta película por primera vez, fue inevitable recordar aquella lectura que de niño hice de un libro titulado: "Yo maté a María Goretti", escrito por Alejandro. Tenía entonces tan solo 9 años y esa lectura me marcó profundamente. Claramente habían cosas que me sobrepasaban pero una cosa si la tenía por cierta: en este mundo hay algunos seres humanos que son como Jesús. Sin saberlo ya tenía la primera definición de la santidad.

La importancia de esta película es enorme. Nos llega en un momento en que la palabra amor está vanalizada y hasta pervertida. El termino de castidad y de pureza no salen de nuestros labios sin encontrar frecuentemente en nuestros interlocutores una sonriza incrédula puesto que hablamos, según el juicio del mundo, de "conceptos propios de la edad media", "la edad del oscurantismo" en la que, para nuestra gran alegría, brillo el Sol de Justicia

Hay muchísimos elementos a rescatar a lo largo del filme. Una familia esforzada para la que el día a día se forja con esfuerzo y confianza en Dios, un padre presente hasta los 10 años de María y luego ausente por cuanto murió de malaria. Un sacerdote cercano a la familia que es el vínculo entre Dios y los hombres. La presencia de la madre como modelo de fe y de fortaleza lo mismo que de alegría y el rol de los hijos, especialmente de la mayor que tiene responsabilidades en medio de una familia que es pobre. La amistad y el amor de dos jovenes que pudo llegar a ser algo extraordinario y que producto de las malas influencias, la pasión sin freno y la inmediatez se convierte en el instrumento de una tragedia. Drama que el misterio de la providencia y el fiat de una adolescente lo convierte en historia santa porque en ello se cumple aquello que "donde abundó el pecado sobreabundó la gracia".

Historia:


Santa María Goretti nació en 1890 en Italia. Su padre, campesino, enfermó de malaria y murió. Una tarde, María estaba sentada en lo alto de la escalera de la casa, remendando una camisa. Aunque aún no cumplía los doce años, era ya una mujercita. Alejandro, un joven de 18 años, subió las escaleras con intención de violar a la niña. María opuso resistencia y trató de pedir auxilio; pero como Alejandro la tenía agarrada por el cuello, apenas pudo protestar y decir que prefería morir antes que ofender a Dios. Al oír esto, el joven desgarró el vestido de la muchacha y la apuñaló brutalmente. Ella cayó al suelo pidiendo ayuda y él huyó.



Titulo original: María Goretti

Fecha Estreno: 27 de Noviembre de 2005
Género: Drama
Director: Giulio Base Guión: Francesco Contaldo
Intérpretes: Massimo Bonetti, Luisa Ranieri, Flavio Insinna, Martina Pinto, Fabrizio Bucci, Marco Messeri, Luca Biagini, Giulio Base...
Duración: 95 minutos
Idioma original: Italiano.


Enseñanza:


María Goretti era una muchacha soltera que conocía el valor del matrimonio y de las relaciones sexuales. Sabía que la complementariedad de los sexos se manifiesta plenamente en el acto sexual, en el cual el hombre y la mujer se unen íntima y totalmente en alma y cuerpo por el amor que existe entre ellos. Entendía que el acto sexual sólo puede efectuarse dentro del matrimonio ya que es una manifestación de amor entre los esposos y para la procreación de los hijos.
Los jóvenes podrán preguntarse: ¿Hasta el matrimonio? ¡Faltan “miles de años”! Y mientras... ¿qué? Pueden aprovechar el tiempo del noviazgo para conocerse, tratarse, vivir en amistad y hacerse felices el uno al otro. El noviazgo es una preparación para el futuro matrimonio..


SANTA MARÍA GORETTI





SANTA MARÍA GORETTI Y LA PUREZA DEL CORAZÓN

Muy frecuentemente se confunde la edad biológica con la edad espiritual. ¿Qué quiero decir con esto...? Puede haber un hombre de 70 años con una vida espiritual de un no nato y puede también haber un niño de 10 años con la sabiduría de un abuelo.
Lo hemos dicho ya y seguramente lo seguiremos repitiendo: la santidad no es el lujo de unos pocos sino el deber de los hijos de Dios. Y cuando uno deja de mirar a los demás y se descubre así mismo, no es dificil encontrar nuestra propia miseria ante la cual decimos: ¿y cómo Dios puede pedirme algo así?. San Agustín nos ilumina para sacarnos de este impase y nos dice:
"Dios nos da lo que nos pide". Entonces necesitamos decir "yo creo Señor pero aumenta mi fe". Son los mismos Apóstoles que después de escuchar decir a Jesús que debemos perdonar
no siete veces sino hasta 70 veces siete, piden al Señor: "Aumentanos la fe". De lo contrario para nosotros es imposible. Y Jesús en otro lugar añadirá: "...por que para Dios no hay nada imposible".

¡Cuánta necesidad tenemos de abrazar el camino de la infancia espiritual!

Un ícono de la infancia espiritual y de la pureza de corazón es María Goretti, una joven adolescente que tenía claro cuál es el fin último de nuestras vidas y ante lo cual ella no transó.

Encontré este artículo en Catholic net y ahora lo comparto con ustedes.

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Santa María Goretti, una joven que vivió la virtud de la pureza hasta el heroísmo.


Una santa que prefirió morir antes que ofender a Dios.



Un poco de historia...



Santa María Goretti nació en 1890 en Italia. Su padre, campesino, enfermó de malaria y murió.



Una tarde, María estaba sentada en lo alto de la escalera de la casa, remendando una camisa. Aunque aún no cumplía los doce años, era ya una mujercita.



Alejandro, un joven de 18 años, subió las escaleras con intención de violar a la niña. María opuso resistencia y trató de pedir auxilio; pero como Alejandro la tenía agarrada por el cuello, apenas pudo protestar y decir que prefería morir antes que ofender a Dios. Al oír esto, el joven desgarró el vestido de la muchacha y la apuñaló brutalmente. Ella cayó al suelo pidiendo ayuda y él huyó.



María fue transportada a un hospital, en donde perdonó a su asesino de todo corazón, invocó a la Virgen y murió veinticuatro horas después.



Alejandro fue condenado a 30 años de prisión. Por largo tiempo, fue obstinado en no arrepentirse de su pecado, hasta que una noche, tuvo un sueño en el que vio a la niña María, recogiendo flores en un prado y luego ella se acercaba a él y se las ofrecía. A partir de ese momento, cambió totalmente y se convirtió en un prisionero ejemplar. Se le dejó libre al cumplir 27 años de su condena. Al salir de la cárcel, una noche de Navidad, la de 1938, pidió perdón a la mamá de María, y aquella noche, en la misa de Gallo, comulgaron juntos.



El caso de María Goretti se extendió por todo el mundo. En 1947, el Papa Pío XII la beatificó y en 1950 la canonizó. En la ceremonia estuvieron presentes su madre, de 82 años, dos hermanas y un hermano. Y, aunque parezca increíble, también asistió Alejandro, el arrepentido asesino de la santa.



Santa María Goretti fue santa no por el hecho de tener una muerte injusta y violenta, sino porque murió por defender una virtud inculcada por la fe cristiana. A esta santa se la llama la “Mártir de la pureza”. Sus imágenes la representan como una campesina con un lirio en la mano, que es el símbolo de la virginidad, y con la corona del martirio.



María Goretti era una muchacha soltera que conocía el valor del matrimonio y de las relaciones sexuales. Sabía que la complementariedad de los sexos se manifiesta plenamente en el acto sexual, en el cual el hombre y la mujer se unen íntima y totalmente en alma y cuerpo por el amor que existe entre ellos. Entendía que el acto sexual sólo puede efectuarse dentro del matrimonio ya que es una manifestación de amor entre los esposos y para la procreación de los hijos.



Los jóvenes podrán preguntarse: ¿Hasta el matrimonio? ¡Faltan “miles de años”! Y mientras... ¿qué? Pueden aprovechar el tiempo del noviazgo para conocerse, tratarse, vivir en amistad y hacerse felices el uno al otro. El noviazgo es una preparación para el futuro matrimonio.



¿Qué hacer para vivir esta virtud?



Debes cuidar todo lo que ves y oyes. Y, recordar que tú eres una persona que tiene dignidad, inteligencia y voluntad y que eres diferente de los animales que tienen relaciones sexuales por puro instinto. La virtud de la castidad te dará fuerza para dominar y controlar tu impulso sexual.


Es más persona quien sabe dominarse, quien sabe controlarse, quien sabe guardarse íntegro para entregarse sin reservas a su futura esposa o esposo, que aquel cobarde y sin fuerzas de voluntad que entrega su cuerpo a cualquiera ante el primer estímulo que pasa frente a sus ojos.



¿Qué nos enseña la vida de María Goretti?


  • La principal enseñanza es la vivencia de la virtud de la pureza: pureza de alma y cuerpo.


  • A perdonar a nuestros enemigos, a pesar de que nos hayan causado un daño irreparable. Como también lo hizo el Papa Juan Pablo II, al perdonar a Alí Agca, quien tratara de asesinarlo en 1981.


  • María Goretti nos enseña a ser fuertes ante situaciones difíciles, confiando siempre en Dios.


  • Oración



    Santa María Goretti, este día te pido que me ayudes a vivir la virtud de la pureza, para entender que la castidad es un medio para cultivar mi voluntad y así, lograr la santidad en el estado de vida al que Dios me llama.


    Amén.


    lunes, 31 de mayo de 2010

    SOBRE LA PELÍCULA DE SAN JOSÉ MOSCATI











    Ya les decía que es un filme muy bello en tanto que nos acerca
    de una manera muy encarnada a la personalidad de este santo hombre.
    Es un testimonio de los grandes, es un ejemplo entre muchos otros de cómo
    no es cierto que la santidad es solo para los religiosos.
    La santidad es un regalo de Dios para todos sus hijos,
    solo hace falta eso, que nos reconozcamos como hijos del Padre y que
    vivamos nuestro día a día "haciendo lo que debemos hacer como Jesús lo haría"
    Es Dios que viene a alcanzarnos no solo en nuestros límites sino también en nuestra debilidad.

    San José Moscati da testimonio que para ser feliz debemos salir de nosotros mismos.
    Parte de la trama está dedicada a la relación afectiva con esta princesa de la alta sociedad.
    No es que el se debata entre dos amores, el tiene tanto amor que no comprende
    vivir la vida para sí sino siempre para los demás.
    ¿No será esto que nuestro Señor y Maestro quiere decir cuando enseña:
    "Quien guarda su vida la perderá, pero quien la pierda por causa de mí la encontrará" ...?
    ¿No es acaso cierto que cuando más nos preocupamos y angustiamos por nuestros problemas
    nos encontramos en la situación del que tiene las riendas de su vida?
    Con toda seguridad debemos descubrir el espíritu filial, el camino de la infancia espiritual y
    también el del abandono.
    Solo se alcanza la santidad renovando la ofrenda de nuestro día a día, con paciencia y amor.
    Por eso, la santidad es siempre don porque, no hace falta que nos engañemos,
    ¡NOSOTROS NO PODEMOS!
    El Señor lo dice muy claro: "Sin mí ustedes no pueden hacer nada".

    Parece que nos alejamos de la película. Pero no es así.
    El interés del cine espiritual es llevarnos a la reflexión, al cambio, a la conversión, a salir de nosotros mismos y a querer empezar con ánimo renovado inspirado por el testimonio de
    los santos y de las cosas santas.
    De lo contrario sería un hobie más sin ninguna trascendencia.

    ALGUNOS DATOS SOBRE EL DVD

    Ficha técnica
    Título Original: Giuseppe Moscati - Doctor to the Poor
    Genero: drama
    Lanzamiento: 28/11/2009
    Duración aproximada: 200 minutos
    Región: 4 NTSC
    Clasificación : 13 años
    País / Año de Producción: Italia - 2008
    Distribuidor (Produtora) : Casablanca
    Director: Giacomo Campiotti
    Actores: Beppe Fiorelo , Etorre Bassi, Kasia Smutncial
    Audio: dolby digital 2.0
    Idioma: Italiano, español
    subtítulos: português, español
    Extras: menu interactivo - selección de escenas
    Producido por la RAI (Radio Televisión Italiana)

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    SAN GIUSEPPI MOSCATI, EL MÉDICO DE LOS POBRES




    SAN GIUSEPPI MOSCATI, EL MÉDICO DE LOS POBRES

    Hace unos días, tuve lo oportunidad de ver el largometrage que la RAI produjo para la televisión, dedicado a José Moscati, médico de profesión y santo de vocación.
    La verdad que es extraordinario el testimonio de este laico que, desde el lugar donde se encontraba vivió a plenitud la caridad cristiana, olvidándose de sí mismo por amor a los demás.
    Pero conozcamos el perfil de este santo que nos ofrece el padre Rafael Arce Gargollo.

    Giuseppe Moscati (1880-1927)


    Tenía escasos cuarenta y siete años cuando murió. Hoy viven aún unas cuantas personas que conocieron y recuerdan con gran afecto a Don José, al Dottore Giussepe, como le llamaban en Nápoles, Italia. Incluso se sabe bien en qué hospitales daba consulta. Algunos conservan como recuerdo invaluable algunos de sus instrumentos de trabajo: una bata, ya amarillenta, su escritorio; y otros objetos, que fueron parte de su vida: un estetoscopio, un termómetro, el viejo maletín negro, un martillo para medir los reflejos y otras cosas necesarias para revisiones médi­cas de rutina.

    Giusseppe Moscati había nacido el 25 de Julio de 1880 en Bene­vento. Su padre era presidente del Tribunal de Justicia. A pesar de la influencia de los masones en muchos ambientes, sobre todo entre los hom­bres que tenían cargos públicos, nunca negó su fe católica. Cuando Gius­seppe tenía ocho años la familia se trasladó a Nápoles, cuando su pa­dre fue promovido a un cargo superior.

    Con excelentes calificaciones, Giusseppe concluye sus estudios de se­gunda enseñanza, especialmente en Biología, Física y Química y se deci­de sin dudarlo por la carrera de Medicina. Aunque es marcada su inclina­ción por el estudio, lo que más le mueve es la miseria de los más pobres. Quiere mitigar los dolores, del cuerpo y del alma, de incontables herma­nos que sufren, pero de manera especial de esos otros enfermos a los que parece que casi nadie quiere porque sólo hay que esperar que se despidan de este mundo: los desahuciados.


    Era un profesional ... en serio

    En 1903 obtiene el Doctorado en Medicina y enseguida empieza a trabajar en el hospital para incurables más grande de la ciudad. Muy pronto, pacientes y médicos colegas, advierten que Mos­cati no es un médico más: antepone día y noche el servicio a los en­fermos a cual­quier asunto de su vida privada.

    Don Giusseppe no es curandero. Ni médico matasanos o medicucho que improvisa recetas en serie para salir del paso. Hay que prescribir a cada enfermo todo y sólo lo que realmente necesita. Por las noches hay que estudiar los casos a conciencia y estar al día en su profesión; su dedicación le vale en los siguientes años una prestigiosa carrera públicamente reconocida. Le nom­bran Direc­tor de la Sección de Tuberculosis de todos los hospitales de la región, además de que ya es catedrático de Anatomía Patoló­gica, Fisiolo­gía Humana y de Química Fisiológica. Es un profesional comprometido, en cuer­po y alma, con su vocación. Por si fuera poco, fueron notables sus descubri­mientos en el campo de la bioquímica y sus investigaciones sobre los efec­tos del glucógeno. Alrededor de treinta de sus trabajos científicos fueron publicados en Italia y en el extranjero.

    José Moscati es hombre transparente, sincero. Las siguientes palabras, que dijo el 17 de octubre de 1922, puede considerarse como el resumen de su vida de médico, hombre de ciencia y de fe: Ama la verdad, muéstrate como eres sin falsedades, sin miedos ni miramientos. Y si la verdad te cuesta la persecución, acéptala; si te cuesta el tormento, sopórtalo. Y si por la verdad tuvieses que sacrificarte tu mismo y tu vida, se fuerte en el sacrificio.


    El éxito egoísta sirve de poco


    Si este gran médico se hubiera dedicado a la sola enseñanza, fácilmente se hubiera procu­rado una vida famosa, bien remunerada, en menos tiempo y más cómoda. Pero Moscati no busca ni la gloria del mundo ni las riquezas. Si estudia más y crece su presti­gio, es para poner su ciencia al servicio de los demás. Busca al hombre que sufre y a Cristo en ellos. Si lo felicitan por una operación difícil con la que salva la vida de un paciente, le quita importancia al elogio: —El Señor dirige todo, también la mano del médico, a El sólo hay que dar las gracias.

    Don Giusseppe es hombre que va bien vestido, sobriamente, pero pulcro, con su bigote bien cuidado. Muy conocido en Nápoles, es frecuente verle andar por aquellas calles estrechas y bulliciosas de los barrios más po­bres, donde la ropa recién lavada se tiende entre las fachadas. Por allí anda el médico, esquivando perros, mendigos y los juegos de niños grito­nes. A través de una ventana, se oye, una voz tipluda. Es una señora regordeta, lo más parecido, por fuera, a una soprano: —Dottore..!!: ¿vendrá al regreso a ver a mi hijo mayor que sigue en­fermo...? Don Giusseppe asiente con sincera sonrisa. De noche, con los ojos cargados de sueño después de haber visto decenas de pacientes, llega cariñoso hasta la cabecera de ese último. Asiste a cada una de las visitas con buena cara, sin sentirse víctima..., y siempre con un calor humano y delicadeza inconfundi­bles. Es un médico que cura con amor.




    Cada enfermo es una persona humana

    Hay que atender siempre las llamadas de emergencia, también cuando las hacen los pobres, a los que casi no les cobra nada; muy frecuentemente él mismo les da dinero para procurarse las medicinas. Cuando es oportuno ofrece su ayuda para que les atienda un sacerdote en los últimos momentos. Es un hombre muy humano y feliz, porque en cada enfermo ve mucho más que un clien­te: cualquier persona, el más desgraciado o hundido en los vicios, —¡qué importa quién!— necesita no únicamente de sus cuidados médicos, sino también de sus consuelos. Para el Doctor Moscati cada per­sona enferma es el mismo Cristo que se le acerca para pedir ayuda. Dos mil años después, en medio del trabajo profesional, se aplica a la letra, una de las condiciones para alcanzar la felicidad eterna del Cie­lo: Estuve enfermo y me visitásteis (Mt. 25, 26).

    Giusseppe Moscati no es un beato que, por no trabajar, se pase el día en la iglesia. Pero es indudable que saca toda su fuerza de la oración y de la Misa, a la que asiste a diario cuando apenas amanece. Si no, ¿cómo seguir adelante y tener una sonrisa amable para todos? Además, practica con naturalidad el ayuno y lleva sereno, sin exagerar, las fatigas de su trabajo, a veces sin un mí­nimo de descanso. Considera su agotamiento por los demás como parte de sus mismo trabajo, de una profesión que ama apasionadamente y ejerce con hondo sentido humano. En una carta escribe: ¿Por qué rechazar el sufrimiento? El Se­ñor sufrió sin medida por mí. Me duele el pensamiento de que tantos hombres desprecian el amor divino. Con gusto ofrezco algo para conducirlos a los pies de su Salvador .


    Una conversación con Caruso

    En 1906 acontece la gran erupción del Vesubio, volcán vecino a Nápo­les. Comienza una lluvia de ceniza y Moscati, de inmediato, avisado del peligro para el hospital, da la orden de evacuación y todos los en­fermos son llevados a lugares provisionales de protección. Cuando apenas han sacado al último, el techo del hospital se derrumba bajo el peso de la ceniza y de la lava y la mayor parte del edificio queda inservible. Mien­tras, los otros médicos, espantados, ya habían huído.

    Se cuenta que, años después, en 1921, Enrico Caruso, uno de los más geniales cantantes de ópera y mundialmente conocido, volvió a Italia gravemente enfermo. De los muchos médicos consultados para su diagnóstico, sólo el Doctor Moscati encontró la verdadera causa. Pero ya nada se pudo hacer, porque eran mínimas las esperanzas de curación. Al ir a atenderle en un hotel de lujo en Sorrento, al final, el mé­dico le dice: —Usted ha consultado ya tantos médicos, ¿por qué no consulta al mejor de todos que es Cristo, nuestro Señor y hace una confesión general? A los pocos días de haberse confesado, Caruso muere en el viaje que intentaba hacer a Roma.


    Morirse en la raya...


    El 5 de abril de 1927, entre tantos pacientes, el Doctor Moscati exa­mina a un sacerdote enfermo, el Padre Casimiro.

    Al terminar, el médico le pregunta: —¿Desde cuándo no celebra Usted la Santa Misa?

    El sacerdote contesta: —Desde hace dos meses .

    Pues... pronto se curará y por eso le quiero pedir que por favor ofrezca esa primera Misa por mí, le dijo el médico.

    Una semana después comienza Moscati su jornada idéntica, como todos los días. La mañana es de trabajo agitado en la Clínica. Llega a casa y toda­vía hay que atender a muchos pacientes que le esperan. A las tres de la tarde se retira a su privado y dice a la enfermera que no se siente bien. Cuando poco después entra ella, le encuentra sen­tado con los brazos cruzados: no hacía ni cinco minutos que acababa de morir. No habrá sido demasiada sorpresa para él encontrarse de repente con Dios, ha­bituado como estaba a conversar con El en medio de sus ocupaciones habitua­les.

    Al día siguiente el Padre Casimiro bajó por primera vez a la capilla del hospital para ofrecer la primera Santa Misa después de su recuperación. Allí le dijeron que Moscati había muerto.


    El mundo necesita médicos con rostro humano

    La vida de Moscati ayuda a entender mejor que nuestro mundo necesita urgentemente médicos y enfermeras de otro tipo. Que traten a sus pacientes como un padre o una madre lo hace con sus hijos enfermos. No basta que sean hombres sabios y expertos, o premios Nobel y nos hagan trasplantes de todo. Ni que tapicen sus consultorios de diplomas y títulos para impresionarnos. Y aunque nos apliquen su ciencia con instrumentos preciosos —de tipo digital, computarizado, con láser y nos metan otros novedosos rayos en nuestros enfermitos cuerpos— tienen que ser, antes que todo, hombres que curan a otros hombres. La medicina se está desarrollando progresivamente y los descubrimientos de los genios asombran al mundo. Pero esta estupenda profesión, que es sólo para atender a humanos, se está deshumanizando. Cuántos enfermos en el mundo entero reciben el trato frío, a veces duro y desencarnado, sin corazón, de doctores que les dicen que sí los quieren curar, pero parece que más bien les quieren.... cobrar —y ¡¡pronto, que entre el siguiente!!— para que se cumplan los turnos y citas. Quizá los que más urgentemente necesitan trasplantes de corazón son algunos médicos y sus enfermeras.

    Una vez el Doctor Moscati escribía a un joven doctor, alumno suyo recomendándole cómo debe atender a sus pacientes: no sólo se debe ocu­par del cuerpo, sino de las almas con el consejo, y entrando en el espí­ritu, antes que con las frías prescripciones que hay que llevar al farma­céutico.

    La vida de este gran médico nos dice que hay que curar al enfermo sin brusquedades. Que no sea sólo revisar al paciente que sigue en la cola y hacerle rápido sólo cinco preguntas de rutina. Que la atención médica tampoco se reduzca a recetar las mismas pastillas, gotas, pomadas, inyecciones, transfusiones, o decir con solemnidad que se requieren urgentes análisis, estudios y chequeos de todo, y hasta operaciones carísimas.... y, lo que es peor, que realmente no son necesarios pero de ese modo el médico se embolsa bastante dinero.

    La Medicina tiene una ética y humanismo propios. De allí que todos los enfermos del mundo deben ser tratados como lo que son: personas humanas. No dejan de ser humanos por estar desvalidos. Y, como muchos son pobres, se les debieran dar precios más justos y mejores condiciones de pago. Y a cualquier persona, si se le ha de revisar o auscultar, se hará con el máximo y delicadísimo respeto. Un enfermo que desea curarse, no busca un veterinario. Por eso desea que le escuchen, le comprendan, le sonrían, animándole a curarse. Si fuera preciso, agradecerá mucho que el médico también le dé cierta ayuda espiritual para encontrar sentido a lo que le pasa y optimismo para llevar sus penas con paz. Los médicos curan con sus conocimientos, pero alivian más pronto a sus pacientes con el interés y afecto que ponen en sus dolencias.

    De este desconocido y gran médico se ha hecho este emotivo y grandísimo elogio, que vale sobre todo por quien lo hizo: Por naturaleza y vocación, Moscati fue ante todo y sobre todo el médico que cura: responder a las necesidades de los hombres y a sus sufrimientos fue para él una necesidad imperiosa e imprescindible. El dolor del que esta enfermo llegaba a él como el grito de un hermano a quien otro hermano, el médico, debía acudir con al ardor del amor. El móvil de su actividad como médico no fue, pues, solamente el deber profesional, sino la conciencia de haber sido puesto por Dios en el mundo para obrar según sus planes y para llevar, con amor, el alivio que la ciencia médica ofrece, mitigando el dolor y haciendo recobrar la salud. Por lo tanto, se anticipó y fue protagonista de esa humanización de la medicina, que hoy se siente como condición necesaria para una renovada atención y asistencia al que sufre


    Todos los enfermos del mundo necesitan un trato sencillamente como lo que son: personas humanas. No dejan de ser humanos por estar desvalidos. Y, como muchos son pobres, no se les ha de cobrar más de lo justo. Y si se les ha de revisar o auscultar, se hará con el máximo y delicadísimo respeto, más si son mujeres. Un enfermo que desea curarse, no busca un veterinario, ni se siente coche descompuesto que entra a un taller mecánico. Desea que le escuchen, le comprendan, le sonrían, animándole a curarse. Si fuera preciso, agradecerá mucho que el médico también le dé cierta ayuda espiritual para encontrar sentido a lo que le pasa y optimismo para llevar sus penas con paz. Los médicos curan con sus conocimientos, pero alivian más pronto a sus pacientes con el interés y afecto que ponen en sus dolencias.

    De este desconocido y gran médico se ha hecho este emotivo y grandísimo elogio, que vale sobre todo por quien lo hizo: Por naturaleza y vocación, Moscati fue ante todo y sobre todo el mé­dico que cura: responder a las necesidades de los hombres y a sus sufri­mientos fue para él una necesidad imperiosa e imprescindible. El dolor del que esta enfermo llegaba a él como el grito de un hermano a quien otro hermano, el médico, debía acudir con al ardor del amor. El móvil de su actividad como médico no fue, pues, solamente el deber profesional, sino la conciencia de haber sido puesto por Dios en el mundo para obrar según sus planes y para llevar, con amor, el alivio que la ciencia médica ofrece, mitigando el dolor y haciendo recobrar la salud. Por lo tanto, se anticipó y fue protagonista de esa humanización de la medicina, que hoy se siente como condición necesaria para una reno­vada atención y asistencia al que sufre.