Reza el Salmo 104, "Coloca, Señor, una guardia en mi boca, un centinela a la puerta de mis
labios;
no dejes inclinarse mi corazón a la maldad, a cometer crímenes y delitos;
ni que con los hombres malvados participe en banquetes"
no dejes inclinarse mi corazón a la maldad, a cometer crímenes y delitos;
ni que con los hombres malvados participe en banquetes"
En todo ser humano se encierra un misterio que resulta insondable no solamente para los demás, sino y sobre todo para uno mismo. Dicta la regla espiritual que el sabio cultiva la confianza en Dios y a la vez la desconfianza de sí mismo. Esto debemos entenderlo a cabalidad y sin espíritu doblez. Nadie puede amar si no se ama a sí mismo y el amor de sí debe ser el justo, ni más ni menos, debe ser el justo. Este amor ajustado a la realidad de lo que somos nos conduce precisamente a una desconfianza de sí. ¿Cómo?
No es posible amarse con justicia si no nos hemos descubierto en la Mirada de Dios. Aquél que se mira a sí mismo suele tener una mirada carnal, esto es una mirada psicológica, emocional. Mirada que fluctúa no a través de una certeza sino de un estado de ánimo, de una circunstancia. Sin embargo los hombres no estamos determinados por nuestras circunstancias sino que nuestra escencia tiene una capacidad que va mucho más allá.
Por eso mismo, porque a menudo obramos llevados por nuestras emociones o afectos, no siempre nuestra conducta o nuestras elecciones son las mejores. Es así como TODOS alguna vez hemos hecho algo de lo cual luego nos arrapentimos y que bueno que sea así porque esta rectificación nos muestra que aun si no vemos todo no estamos en condición de ceguera total.
Lo que nos hace incapaces de comprender nuestra propia vida en toda claridad es la herida original del pecado que se suma a nuestro pecado personal. Quien se ame a sí mismo precindiéndo de la mirada de Dios, se amará mal porque tendrá conductas narcisistas y se tendrá por quien no es en verdad o por el contrario se despreciará a sí mismo. Esto no solo marca nuestra conducta y nuestra afectividad sino que además marcará la relación con los otros.
¿Por qué debo desconfiar de mi mismo?. Todos tenemos tres enemigos: el mundo, el demonio y la carne. De los tres el más peligroso es el más cercano. ¿Quien es más cercano a tí sino tú mismo? ¿No te has sorprendido alguna vez en la contradicción del dicernimiento en la que lo que es malo para los otros no resulta serlo para tí? ¿Cómo juzgamos a los otros y cómo nos juzgamos a nosotros mismos?. ¿No es verdad que somos severos con los otros y sospechozamente "tolerantes" con nosotros mismos?
No se trata de desconfiar de los dones que Dios nos dió, no es desconfiar de la inteligencia, de nuestras facultades, ni siquiera de nuestros buenos sentimientos que brotan empujados por un amor verdadero. Se trata sobre todo de reconocer que así como en mí está el bien expresado en todo mi ser, en mí también hay una lesión mayor que se resume en esta dificultad que tengo al obrar con una voluntad recta y con una inteligencia orientada a mi fin último. El que obra conducido por una inteligencia que mueve la voluntad al bien, es aquel que ha conocido una transformación, su ser ha sido restaurado y goza de la verdadera libertad de los hijos de Dios. Esos son los santos.
Pero los que vamos por la vida desde la imagen hacia la semejanza, conocemos de manera bastante frecuente esta complicidad con uno mismo que escoge no siempre bien porque escoge lo que siente y no lo que debe.
Este es el terreno donde se libra el combate espiritual propio de aquellos que se han propuesto descubrir su verdadera identidad bajo la Luz del Creador que ahora es el Padre... mi Padre.
Los que no aceptan hacer este camino sencillamente se acomodarán en "su circunstancia", "guardarán su vida" por miedo a perderla y la perderán porque conseguiran lo que tanto quieren evitar: el sufrimiento.
Esta película nos habla de algo muy complicado y no por ello poco frecuente. Es algo que facilmente puede salir de nuestra boca porque lo entretenemos en el corazón. Es el juicio.
Jesucristo nos enseño: "No juzgueis y no sereis juzgados". A pesar del consejo de nuestro Maestro, muchas veces nos resistimos porque siempre detrás del juicio hay una torcida satisfacción. Una estúpida satisfacción de "sentir" que yo no soy tan malo como los demás, en particular éste al que juzgo. Camino peligroso que nos expone de manera dramática al abismo del orgullo espiritual.
Los pecados siempre nos desfiguran. Los pecados de tipo sexual, por ejemplo, nos desfiguran por varios frentes. Los primero es que nos hacen esclavos, no nos permiten amar de verdad. Seguidamente nos procuran la culpabilidad y el sentimiento de una fragilidad que pinta con aspecto de insuperable. Por ello y por otras cosas más, este tipo de pecados siempre es humillante. Quien se reconoce aquí siente claramente que está de alguna manera or service frente al verdadero amor. "Estoy en falta, no soy digno, soy esclavo de mis pasiones" y un largo etc. Esa persona está en disposición de acoger la Redención porque Jesús ha venido a Salvar lo que está perdido y es el caso.
Pero ¿qué ocurre cuando yo creo que soy bueno y justo, que he hecho toda la tarea y que merezco una excelente calificación? ¿Qué pasa cuando no descubro muchos defectos en mi comportamiento y cuando me siento satisfecho de mis logros como si tuviera la lucidez de Dios? Pasa que estoy desastrosamente preparado por la ilusión para juzgar a los demás y alimentar mi ego con una "buena imagen" que es falsa imagen de mí mismo.
El juicio nace en el corazón pero desgraciadamente no se conforma con quedarse allí. Esta suerte de reptil venenoso se arrastrará para buscar salir al exterior en búsqueda de otras personas que al consentir me confirmarán que YO TENGO LA RAZÓN. Luego me quedaré tranquilo y satisfecho al saber que "no me he equivocado".
Pregunto: ¿alguien que juzga necesitará un Salvador...? ¡Para nada!. Es más, un Salvador es un estorbo porque si yo puedo juzgar a los demás no necesito de nadie que venga a aclarar mi juicio. Por lo tanto quedo encerrado en mi propio pecado, sin arrepentimiento y en algo que yo creo que es la verdad... pero solo hasta cierto punto porque gracias a Dios siempre su Misericordia y su Providencia actúan a través de la consciencia o de los acontecimientos para mostrarme cuan miserable en verdad soy.
El orgullo espiritual que arropa el juicio contra los demás es literalmente el pecado de Satanás porque es el que procuró la caída del más bello de los ángeles. Así, la bella criatura de Dios que es el ser humano puede transformarse por este veneno en un ser impermeable y resistente a los toques de la gracia Divina.
Les invito a ver este filme. Analicen cada uno de los personajes. En lo personal me es imposible ver esta historia sin escuchar la voz del Señor en las Escrituras, particularmente en los pasajes evangélicos que tienen una resonancia en algunas escenas de esta película que les dará mucho en qué meditar, sobre todo en la enorme responsabilidad de lo que pensamos, decimos y hacemos.
Corre el año 1964 en St. Nicholas, en el Bronx. Un vibrante y carismático sacerdote, el Padre Flynn está intentando cambiar las estrictas costumbres de la escuela, que han sido celosamente custodiadas durante largo tiempo por la Hermana Aloysius Beauvier, la Directora con mano de hierro que cree en el poder del miedo y de la disciplina.
Vientos de cambio político soplan en la comunidad y la escuela acaba de aceptar al primer estudiante negro, Donald Miller.
Pero cuando la Hermana James, una inocente optimista, comparte con la Hermana Aloysius su sospecha de que el Padre Flynn está prestando demasiada atención a Donald, la Hermana Aloysius lanza una cruzada personal para desenterrar la verdad y expulsar al Padre Flynn de la escuela.
Ahora, sin ninguna prueba más que su certeza moral, la Hermana Aloysius entabla una batalla de voluntades con el Padre Flynn, la cual amenaza con fracturar a la comunidad con irrevocables consecuencias.
Un buen ejemplo de lo que ocurre cuando juzgamos a los demás y dejamos que las palabras fáciles salgan de nuestra lengua. Reza al salmo 140 "Coloca Señor en mi boca un centinela, una guardia a mis labios..."
Título: La duda (Doubt)
Título original: Doubt
Dirección: John Patrick Shanley
País: Estados Unidos
Año: 2008
Duración: 104 min.
Género: Drama, Intriga
Reparto: Meryl Streep, Philip Seymour Hoffman,
Amy Adams, Viola Davis, Alice Drummond