EL DIARIO DE UN CURA RURAL
Hola a todos los seguidores y lectores del Cine Católico y Espiritual.
El día de hoy, fiesta del Evangelista san Lucas, vamos a hablar de esta película
tan especial, como especial es su director Robert Bresson, titulada “Le Journal d’un curé de campagne” o “El diario de un Cura Rural”
Esta no es cualquier película. La crítica especializada la tiene como obra maestra de Bresson junto con sus otros filmes “El proceso de Juana de Arco”, “Mouchette” y “Un condenado a muerte se ha escapado”, entre otras más.
Antes de comentar la película creo yo que es justo que hablemos del director.
Robert Bresson es un cineasta francés que vivó prácticamente durante todo el siglo pasado (1901-1999). Su vida está marcada por tres temas que son fundamentales para comprenderle: Su fe católica muy ortodoxa, su paso por un campo de concentración y su amor por la pintura y la fotografía.
El “cinematógrafo” Bressoniano es un cine que a propósito escarba en lo simple, en lo más cotidiano para encontrar allí lo profundo de lo humano, lo trascendente y lo espiritual. Es un estilo único inventado por Robert Bresson.
Bresson ha sido calificado por varios críticos de ser poseedor de un catolicismo jansenista, dotado de un rigor y un ascetismo extremo y sin evidenciar una mayor esperanza, lo cual es propio de una fe vinculada solo a la justicia e ignorante de misericordia. Su cine está desprovisto de actores profesionales y esto debido a que Bresson busca de modo infatigable la verdad más pura del personaje, no solo en su imagen sino también en el interior de la interpretación pura y sencilla, despojada de artificios y técnica. Y aún si sus películas están marcadas por algo de esto yo no creo que esta sea una lectura de su estilo del todo justa, por lo menos no lo es en este filme y veremos porque.
"Creo yo no hacer ningún mal
escribiendo aquí, día a día,
con una sinceridad absoluta,
los humildes e insignificantes secretos
de una vida por lo demás sin misterios"
UN JOVEN SACERDOTE EN MEDIO DE LA PRUEBA
“El Diario de un Cura Rural” procede de la obra del escritor francés, católico también, Georges Bernanos y nos cuenta en primera persona la vida íntima, la vida espiritual, de un joven sacerdote poseedor de una precaria salud.
Bresson toma esta historia y la hace suya.
La trama se desarrolla utilizando de soporte la lectura en “off” del diario del sacerdote, creando así una resonancia que llega con fuerza al espectador.
Es sumamente difícil lo que le toca vivir. Su primera experiencia en la “cura de almas” tiene lugar en un pueblo alejado, en medio de la campiña francesa. Lugar habitado por paisanos agrestes y esquivos y por una “familia” que está lejos de serlo, compuesta por un conde, su hija, la institutriz y la condesa que aparece en un muy segundo lugar dentro del grupo.
El sacerdote se propone dar lo mejor de sí aunque se encuentra afectado permanentemente por un mal estomacal que le deteriora progresivamente de manera creciente.
Un feligrés viene a golpear la puerta del presbiterio para exigir de manera prepotente un funeral gratuito para su difunta esposa. Las niñas y jóvenes se burlan del cura en la catequesis, el templo yace vacío o casi vacío por que solo asiste a cada Eucaristía una sola persona: la institutriz que se encuentra en una situación moral complicada.
El Sacerdote del vecino pueblo que ejerce autoridad sobre el novato cura, le increpa su falta de fuerza y carácter, su falta de oración y coraje.
Como ven, todo pinta bastante negro. Sin embargo a medida que avanzan las líneas en este tormentoso diario, va surgiendo como en una habitación oscura que deja penetrar por una rendija un solo rayo de luz y este se vuelve tan potente, tanto más cuanto abunda la noche oscura, y un movimiento de esperanza que se levanta esforzado ante la certeza de que Dios obra en medio de nuestras flaquezas.
Un encuentro con la Baronesa será prácticamente el único logro visible para su Ministerio Pastoral.
La enfermedad le va ganando días al breve tiempo que resta, el juicio de la "feligresía" que le ha dado desde un principio la espalda y una soledad enorme pesan sobre las frágiles espaldas de nuestro joven cura.
Una consolación le espera camino a la estación del tren. Un joven motociclista se ofrece a llevarle siendo esta experiencia consuelo para su atribulada alma.
Llegado a la ciudad y por obediencia, debe visitar al médico quien rápidamente le diagnostica un cáncer estomacal.
Los días de nuestro héroe, aparentemente sin batalla ni gloria, se van consumiendo como una lámpara cuya mecha termina de beber la última gota de aceite que le queda.
Dios como testigo del joven cura que muere, lejos de los suyos, lejos de su esquiva parroquia, en un apartamento ajeno y pobre de estudiante, acompañado por su diario, junto a Dios, testigo excepcional de esta noche y la última línea que difícilmente alcanza a escribir, nos revela la grandeza de este santo Cura.
Sus útimas palabras fueron:
Sus útimas palabras fueron:
¡Qué más da, todo es Gracia!
OBLIGADA LECTURA ESPIRITUAL
Cómo hacer una lectura de este filme sin caer en la fatalidad. Justamente creo que esta es la razón por la que muchos críticos no logran ver más allá del estilo muy particular que posee Bresson, descubren en esta cinta la degustación de fuertes sentimientos no del todo gratificantes y ven aquí el logro que Bresson procura en el espectador. Pero si fuera tal el fruto de la película uno podría preguntarse con suficiente razón si vale la pena verla. Puestos del otro extremo, sería como ver una cinta apuntalada por Sartres quien nos llevará por el camino de la angustia para invitarnos a asomarnos al precipicio de la depresión desde donde propone al espectador el lanzarse sin pensarlo mucho porque “la vida- según el seudo filósofo- es una nausea”.
He aquí toda la diferencia entre el impío y el creyente.
He aquí toda la diferencia entre el impío y el creyente.
Es muy injusto quedarse en lo superficial del filme y hay que ahondar en el.
La mejor manera de hacerlo es descubrir su sentido espiritual.
La mejor manera de hacerlo es descubrir su sentido espiritual.
Tengo serias dudas sobre si todos los críticos de cine conocen lo que es la noche espiritual o la purificación pasiva de los sentidos. Solo la Teología espiritual y el testimonio que nos ofrece la hagiografía de la vida mística puede mostrarnos algunas realidades sin las cuales podemos pasar de largo frente a esta pieza sin entender.
Este joven sacerdote atraviesa por una etapa de la vida mística previa a la unión con Dios y que está dentro de lo que se llama “vía purgativa”. Su deseo es enorme, el solo quiere darse como buen discípulo del Señor, el está dispuesto a darlo todo por amor al Ministerio y a las almas. El ha dicho en su corazón, cuya imagen es su diario: “Señor, te entrego toda mi vida, has de mi lo que quieras”. Dios escucha su oración y le acerca vertiginosamente a El porque sus días sobre esta tierra llegan a su ocaso.
Y esta purificación se manifiesta cuando son retiradas del alma del creyente las experiencias sensibles de la fe. Parece como que todo el entorno de personas y hechos le dan la espalda y desaparecen como si fueran fantasmas. La vida de oración se torna, por decir lo menos, árida y aparece esta angustia que se hace insoportable, angustia la de creerse abandonado de Dios a quien no se deja de amar y desear ni tan solo por un instante.
Este es el contexto de semejante drama.
San Juan de la Cruz dice en “la subida al Monte Carmelo:
Para venir a gustarlo todo, no quieras tener gusto en nada.
Para venir a saberlo todo, no quieras saber algo en nada.
Para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada.
Para venir a serlo todo, no quieras ser algo en nada.
Para venir a lo que gustas, has de ir por donde no gustas.
Para venir a lo que no sabes, has de ir por donde no sabes.
Para venir a poseer lo que no posees, has de ir por donde no posees.
Para venir a lo que no eres, has de ir por donde no eres.
Cuando reparas en algo, dejas de arrojarte al todo.
Para venir del todo al todo, has de dejarte de todo en todo,
Y cuando lo vengas del todo a tener, has de tenerlo sin nada querer.
En esta desnudez halla el espíritu su descanso,
porque no comunicando nada, nada le fatiga hacia arriba,
y nada le oprime hacia abajo, porque está en el centro de su humildad.
Para venir a saberlo todo, no quieras saber algo en nada.
Para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada.
Para venir a serlo todo, no quieras ser algo en nada.
Para venir a lo que gustas, has de ir por donde no gustas.
Para venir a lo que no sabes, has de ir por donde no sabes.
Para venir a poseer lo que no posees, has de ir por donde no posees.
Para venir a lo que no eres, has de ir por donde no eres.
Cuando reparas en algo, dejas de arrojarte al todo.
Para venir del todo al todo, has de dejarte de todo en todo,
Y cuando lo vengas del todo a tener, has de tenerlo sin nada querer.
En esta desnudez halla el espíritu su descanso,
porque no comunicando nada, nada le fatiga hacia arriba,
y nada le oprime hacia abajo, porque está en el centro de su humildad.
De manera que esta subida a Dios comienza realmente por un gran descenso.
¿Dónde descendemos? A lo que en verdad somos, a nuestro polvo, a nuestra naturaleza que es naturaleza caída, herida por el pecado pero levantada por la gracia salvífica de Cristo. Y esta naturaleza es elevada por Dios con nuestra participación. Por eso la vía purgativa se manifiesta primariamente cultivando el espíritu de penitencia, el ayuno, las mortificaciones, los pequeños sufrimientos que voluntariamente ofrecemos a nuestro Dios para que así nos acerque a El.
Pero esto es por cierto largamente insuficiente si lo que queremos es VER A DIOS.
“Nadie puede ver a Dios sin morir”, dice la Escritura.
¿Dónde descendemos? A lo que en verdad somos, a nuestro polvo, a nuestra naturaleza que es naturaleza caída, herida por el pecado pero levantada por la gracia salvífica de Cristo. Y esta naturaleza es elevada por Dios con nuestra participación. Por eso la vía purgativa se manifiesta primariamente cultivando el espíritu de penitencia, el ayuno, las mortificaciones, los pequeños sufrimientos que voluntariamente ofrecemos a nuestro Dios para que así nos acerque a El.
Pero esto es por cierto largamente insuficiente si lo que queremos es VER A DIOS.
“Nadie puede ver a Dios sin morir”, dice la Escritura.
Por eso, aunque buena cosa es nuestra pequeña ofrenda y sacrificio, este es solo el comienzo, el testimonio que damos a Dios de nuestro deseo de ir a El.
Nadie lo consigue con la fuerza de sus puños porque no arrebatamos el cielo de esta manera. El "hacernos violencia" va por negarse a sí mismo y tomar la Cruz.
Nos falta estatura con creces y por eso descendemos en el camino más paradoxal para la razón, porque en Cristo, solo es grande el pequeño y solo primero el último.
Santa Teresita del Niño Jesús lo dice bien cuando nos invita a "jugar" a "quien pierde gana".
Esa es la vida espiritual en la que las reglas de la aritmética cartesiana no sirven. Vida toda sumergida en infancia espiritual, infancia que es abandono y abandono que es confianza.
El que guarda su vida la pierde, pero el que la pierde por causa del Hijo del hombre, la encuentra.
Y como Dios sabe que no llegaremos, entonces escucha nuestro deseo, nos toma y nos acerca a Él.
De alguna manera la purificación pasiva de los sentidos es una anestesia en el alma y no en nuestra sensibilidad. El alma inteligible está naturalmente dispuesta a captar el entorno por los sentidos y espiritualmente también lo hace así, confirmando que la Gracia no prescinde de la naturaleza sino que la asume. Y por eso, cuando oramos, lo común es que iniciamos nuestra oración con una jaculatoria, oración vocal que es como una música que nos ayuda a descender al corazón del diálogo de amor con el trascendente y hablando con el Amor las palabras desaparecen con el silencio.
Durante este periodo de purificación llamada pasiva ocurre que nada hacemos por no poderlo, sino durar en medio de una angustia en la que nos dejamos modelar como El quiere y no como a mí me gustaría. La Gracia actúa de modo acelerado transfigurando nuestra sencibilidad, nuestra psicología y todo nuestro ser.
Nadie lo consigue con la fuerza de sus puños porque no arrebatamos el cielo de esta manera. El "hacernos violencia" va por negarse a sí mismo y tomar la Cruz.
Nos falta estatura con creces y por eso descendemos en el camino más paradoxal para la razón, porque en Cristo, solo es grande el pequeño y solo primero el último.
Santa Teresita del Niño Jesús lo dice bien cuando nos invita a "jugar" a "quien pierde gana".
Esa es la vida espiritual en la que las reglas de la aritmética cartesiana no sirven. Vida toda sumergida en infancia espiritual, infancia que es abandono y abandono que es confianza.
El que guarda su vida la pierde, pero el que la pierde por causa del Hijo del hombre, la encuentra.
Y como Dios sabe que no llegaremos, entonces escucha nuestro deseo, nos toma y nos acerca a Él.
De alguna manera la purificación pasiva de los sentidos es una anestesia en el alma y no en nuestra sensibilidad. El alma inteligible está naturalmente dispuesta a captar el entorno por los sentidos y espiritualmente también lo hace así, confirmando que la Gracia no prescinde de la naturaleza sino que la asume. Y por eso, cuando oramos, lo común es que iniciamos nuestra oración con una jaculatoria, oración vocal que es como una música que nos ayuda a descender al corazón del diálogo de amor con el trascendente y hablando con el Amor las palabras desaparecen con el silencio.
Durante este periodo de purificación llamada pasiva ocurre que nada hacemos por no poderlo, sino durar en medio de una angustia en la que nos dejamos modelar como El quiere y no como a mí me gustaría. La Gracia actúa de modo acelerado transfigurando nuestra sencibilidad, nuestra psicología y todo nuestro ser.
Volviendo a la película, tenemos entonces un alma joven, físicamente débil, conciente totalmente que por sus fuerzas no alcanzará nada, pero con su fe, pequeña como un grano de mostaza, fe que se muestra también vacilante y flaca, pero fe al fin y al cabo que puede mover una montaña.
No importa que sea solo una.
Eso le basta, porque de todos modos el sabe que se presentará delante del Trono del Divino Juez con las manos completamente vacías, sin méritos, sin corona, sin gloria y cuyo solo propósito no ha tenido ninguna otra pretensión que el de pertenecerle solo a su Señor.
No importa que sea solo una.
Eso le basta, porque de todos modos el sabe que se presentará delante del Trono del Divino Juez con las manos completamente vacías, sin méritos, sin corona, sin gloria y cuyo solo propósito no ha tenido ninguna otra pretensión que el de pertenecerle solo a su Señor.
De allí la fuerza de la última línea que brota de su último aliento y de su último acto de fe,
pero por sobre todo, de este acto de amor y de Confianza…
pero por sobre todo, de este acto de amor y de Confianza…
¡Qué más da… Todo es gracia!
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FICHA TÉCNICA
Título original: Le journal d'un curé de campagne
Título en español: El diario de un cura rural
Año: 1951
País: Francia
Drama
Duración: 110 minutos
Dirección: Robert Bresson
Guión adaptado: Robert Bresson
Basado en: Le journal d'un curé de campagne (novela), de Georges Bernanos
Protagonistas: Claude Laydu, Nicole Ladmiral
Resumen argumental:
Adaptación cinematográfica de una obra literaria del respetado realizador francés Robert Bresson, quien en este caso se sumerge en temas difíciles como la fe y la religiosidad a partir del seguimiento del periplo de un joven sacerdote que realiza sus primeros pasos en una parroquia.
Con su minuciosidad habitual, Bresson sigue al joven en su búsqueda de la espiritualidad y lo muestra en absoluta soledad frente a una enfermedad que lo aqueja.
Año: 1951
País: Francia
Drama
Duración: 110 minutos
Dirección: Robert Bresson
Guión adaptado: Robert Bresson
Basado en: Le journal d'un curé de campagne (novela), de Georges Bernanos
Protagonistas: Claude Laydu, Nicole Ladmiral
Resumen argumental:
Adaptación cinematográfica de una obra literaria del respetado realizador francés Robert Bresson, quien en este caso se sumerge en temas difíciles como la fe y la religiosidad a partir del seguimiento del periplo de un joven sacerdote que realiza sus primeros pasos en una parroquia.
Con su minuciosidad habitual, Bresson sigue al joven en su búsqueda de la espiritualidad y lo muestra en absoluta soledad frente a una enfermedad que lo aqueja.